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Varias personas me han preguntado, algunas con una sonrisa, si me resultó difícil estar encerrado en Bonnevaux durante los últimos meses, debido a mis frecuentes viajes por la Comunidad Mundial en los últimos años. Con la esperanza de no decepcionarlos con mi respuesta, dije que honestamente podía decir “no” a esa pregunta. Si uno tenía que estar confinado en cualquier lugar, Bonnevaux es una hermosa prisión y la comunidad en la que estuve encarcelado no se amotinó ni hizo demandas irracionales. Crecimos juntos en paz, compartiendo la soledad y muchos momentos maravillosos de celebración y solidaridad con el resto del mundo con el que queríamos compartir la paz que hemos encontrado aquí. Antes de cada una de las cuatro veces que meditamos juntos todos los días, subo la colina y veo a otros peregrinos fieles que también se acercan silenciosamente al Granero desde diferentes direcciones y ocupaciones. La convergencia con otros en un lugar común de oración como marco de la vida de uno es un gozo que desearía que más en nuestra sociedad atribulada pudieran saborear aunque fuera brevemente. Muchos, por supuesto, descubrieron eso en el florecimiento de los grupos de meditación en línea, durante estos meses de cierre donde encontraron la soledad curada por la soledad compartida.

No escribí el libro ni leí tanto como esperaba. Muchos días no viajaba más allá del galpón, pero me reunía con meditadores de todo el mundo, a veces en varios continentes. 

Estoy seguro de que San Benito habría escrito un capítulo en su Regla sobre “El uso correcto de Internet”.

Si algún día se escribe el comentario de Bonnevaux sobre la Regla que podría surgir de nuestro intercambio diario, estoy seguro de que este capítulo estará allí, junto con consejos sobre cómo recibir a huéspedes como Cristo manteniendo el distanciamiento social.  El secreto de la paz, como saben los niños, es la regularidad con la variedad. Desde el encierro, nos hemos sentido llamados a compartir la paz de nuestra vida cotidiana con todos los que buscan un “camino contemplativo a través de la crisis”.

 Así llamamos al nuevo sitio web que comenzamos cuando estalló la crisis. Con un pequeño grupo editorial de nuestros profesores más jóvenes – Sarah Bachelard, Sicco Claus, Vladimir Volrab, Leonardo Correa – tratamos de ayudar a dar sentido a los eventos caóticos y también de ver la oportunidad que se nos ofrece de formas a menudo difíciles y aterradoras. La desesperación y la ira son reacciones normales cuando nos sentimos dominados por fuerzas externas que bloquean nuestros planes. Pero cuando la resistencia negativa no se convierte, solo agrava el sufrimiento. La cura está en la enfermedad.

La desgracia es un llamado a la conversión. Por supuesto, no podemos ver esto en el primer impacto de una crisis. Algo infantil en nosotros, el ego enfrentando su propia impotencia, nos hace sentir irracionalmente que si negamos y resistimos lo que nos está sucediendo con suficiente fuerza, se irá. Pero no es así. Y  a medida que la realidad adquiere la fuerza del destino, queda claro que solo una aceptación profunda y total puede darle sentido. Solo la aceptación nos mantiene cuerdos y permite que la sensación de callejón sin salida se convierta en algo rico y extraño. Finalmente decimos “esto debe ser la esperanza”. En los eventos con los que no podemos negociar, predecir o controlar, o que parecen crueles y sin sentido, surge la humilde entrega de la aceptación. Sin palabras, decimos: “Tal como es, déjalo ser”.

La aceptación es un proceso largo, con muchas recaídas en la rabia o la autocompasión, que evoluciona hacia la rendición. Jesús dijo “No resistas al mal”. Gandhi también vio esta verdad, que lo que resistimos persiste. El simple hecho de estar en contra de algo le da energía. En un momento silencioso de profunda interioridad, cuando se firma la rendición, lo que nos negamos a aceptar se convierte en una nueva característica permanente del paisaje de nuestra vida, ahora privado de su poder de dañar. Aceptar lo no deseado, dar la bienvenida al extraño poco atractivo en nuestro hogar, libera, otorga significado y nos expande más allá de todo lo que podríamos haber imaginado. La entrega tan profunda y total se convierte en un triunfo.

Para muchos, la  COVID-19 inesperadamente ha iniciado un despertar spiritual y una reevaluación de los valores de la vida.

El tsunami de un pequeño virus cerró fábricas, instituciones financieras, oficinas, lugares de culto, escuelas y universidades, sobrepasó la capacidad de los centros de salud y dejó al descubierto los defectos de las personas y de las instituciones que nos gobiernan. ¡Pero Internet floreció! Descubrimos todo su potencial humano y espiritual. A muchos nos permitió convertirnos en voluntarios para ayudar a otros, para expresar solidaridad con los más afectados, para encontrarnos y rezar juntos, para acompañar a los que están solos, para discutir qué significado puede tener toda esta locura. La crisis también puso de manifiesto los defectos fundamentales de nuestra visión del mundo, de nuestro entorno y de las estructuras sociales. Estamos todos en la misma tormenta, ricos y pobres, el norte y el sur. Pero claramente, no estamos todos en el mismo barco. El virus golpea según un código postal y un factor racial. Entonces, ¿qué significa “volver a la normalidad”? ¿Realmente queremos volver a lo anterior, o, en su lugar, preferiríamos aprender de nuevas fuentes de sabiduría cómo cambiar, para ser convertidos de corazón, y recordar lo que habíamos olvidado, incluso aquello que perdimos mientras hacíamos de la noche día?  

Chiapas, México (Foto: archivos de Alex Zatyrka)

 En la comedia negra “Escondidos en Brujas”, dos sicarios – tan amigos como lo pueden ser dos asesinos- son obligados a ir encubiertos. A uno de ellos le ordenan que mate al otro, que a su vez es secretamente suicida.

Una mañana, mientras la futura víctima está sentada en un parque, el asesino se acerca sigilosamente para dispararle. Pero se da cuenta horrorizado que su amigo se está preparando para dispararse a sí mismo. Entonces, olvidando su misión, evita que su amigo se suicide. Este acto de bondad natural restaura un valor real humano, y la historia termina con significados oscuros pero reales. El mundo ha estado sumergido en un período de autodestrucción. ¿Se habrá convertido el virus, que es un asesino mortal, en un amigo que nos salva? Los enemigos pueden ser nuestros mejores amigos espirituales.

El Seminario John Main de este año, organizado por la WCCM de México, tiene un tema providencial: cómo la sabiduría de las tradiciones indígenas aún vive en la familia humana. ¿Cómo puede aprender de ella el resto del mundo? En vez de considerar a las sociedades indígenas como “primitivas” o sólo con interés turístico, ¿podemos aceptar su invitación a la amistad? ¿Pueden ayudarnos a volver al valor que estúpidamente hemos abandonado, el sentido de lo sagrado, cuya pérdida provocó nuestra crisis de sentido y justicia? Al decir sagrado no me refiero a una zona religiosa de elevada pureza que cataloga  solo esto como puro y sagrado mientras rechaza aquello como sucio y profano. Este ha sido el defecto de la religión desde el principio, justificando espantosos cultos de sacrificio y crueldad. El colapso de lo sacrificial y violento sagrado ha distorsionado la religión organizada en todas partes. Sin embargo, este colapso también liberó una búsqueda global de sentido espiritual que desconcierta inlcuso a los líderes religiosos. Lo verdaderamente sagrado está en todos lados y hace que todo sea puro. “Dios vio que todo cuanto había hecho era muy bueno”. Nada puede sobrevivir fuera de la bondad de esta fuente divina, que es el significado tanto de cada viaje humano como del milagro cósmico que se despliega.

En este Boletín, Alex Zatyrka, quien dirigirá el Seminario en octubre, habla acerca de su trabajo con los indígenas de Bolivia, y de Chiapas, México, de quienes aprendió lo que compartirá con nosotros. En una comunidad en particular, que él llegó a conocer bien, ve una manifestación de la Iglesia tal como la encontramos en el relato de los Hechos de los Apóstoles. Una iglesia verdaderamente encarnada e indígena, una comunidad local viviendo una fe universal. A modo de ejemplo de cómo ellos perciben las cosas de manera diferente a como lo hacemos nosotros, describe cómo se saludan unos a otros con la pregunta “¿cómo está tu corazón?”. Cuando se refieren a alguien que es falso, dicen “él o ella tiene dos corazones”.

Una de estas personas indígenas, de Bolivia, que fue educado y estuvo en contacto con la sociedad moderna, eligió volver a su aldea. No se sintió seducido por la sociedad de consumo, tampoco se sintió atemorizado. Regresó porque intuyó las fatídicas contradicciones de la sociedad industrial y tecnológica. Él piensa que un día ese modelo colapsará y será necesario recurrir a los depósitos de sabiduría que están preservados en las comunidades indígenas. Lo que ahora consideramos como primitivo o turísticamente pintoresco, será visto como un lazo curativo que nos puede volver a unir con la visión de lo sagrado y de la totalidad de la que no hemos separado.

La COVID-19 nos recordó lo que el ritmo de vida frenético nos había hecho olvidar: que la vida es corta. Aunque podamos medirlos, el lapso de vida humana es breve. Lo importante no es la cantidad ni la longitud, que es el objetivo dominante de la ciencia médica, sino el manejo del sufrimiento y el descubrimiento del sentido. Aunque el sufrimiento puede ser reducido o curado, debería serlo equitativamente para todos. Lo que no se puede curar – como la muerte misma – necesita ser aceptado para poder rendirnos a la gracia de vivir y morir con un sentido.

El sentido es la conexión con todo lo que hemos amado en nuestra vida y con la totalidad, a la que pertenecemos como una pequeña parte, y como una parte que contiene la totalidad.

Los sanadores no son meros técnicos que consideran la muerte como un fracaso y el sufrimiento como una vergüenza. Como los artistas y los maestros, y la sabiduría eterna, los sanadores nos ayudan a ver lo sagrado en todas las cosas, por más que duelan o sean encantadoras, como parte directa de la fuente de sentido.

Hace poco me contaron una breve historia acerca de un reconocido neurólogo que atendía a un paciente mayor, y tuvo que darle a él y a su esposa la noticia de que el paciente debía ir a un hogar de cuidado de ancianos, algo a lo que el paciente se resistía a aceptar desde hacía mucho tiempo. El doctor habló desde su corazón. El paciente lo percibió y se entregó pacíficamente. Mientras salían del consultorio, el doctor los acompañó hasta el ascensor. El matrimonio pensó que el médico debía salir para otro turno. Pero cuando llegaron a la planta baja, tomó al paciente del brazo, lo acompañó lentamente hasta el auto en el estacionamiento, lo abrazó, lo ayudó a subir al auto y regresó al edificio del hospital. Cuando llegamos a los límites de la curación, nos convertimos en sanadores.

No estoy diciendo que las reservas de sabiduría de los indígenas que aún sobreviven en el planeta tengan todas las respuestas. Pero son recordatorios, como amigos que nos ayudan a parar de infligirnos más daño a nosotros mismos o a nuestro frágil planeta. De todos modos, si nos pueden servir de ayuda, necesitamos la suficiente sensibilidad colectiva para entender lo que su sabiduría tiene para enseñarnos. Sin la suficiente receptividad del paciente, ningún sanador puede curar. Local o globalmente, las personas contemplativas conforman el primer nivel de receptores de la sabiduría.

“Un camino contemplativo a través de la crisis” no terminará cuando descubran la vacuna contra la COVID-19.

Chiapas, México (Foto: archivos de Alex Zatyrka )


 La crisis continuará hasta que un número suficiente de personas estén en un camino contemplativo y sepan, si es que se les haya dicho, qué significan sabiduría, sentido, entrega, aceptación y sagrado. Una conciencia contemplativa ha estado creciendo silenciosamente desde hace algún tiempo. Así como la COVID-19 aceleró otras tendencias que ya existían en la sociedad – como las compras online o el teletrabajo -, también aceleró la evolución de una conciencia contemplativa – todavía dejada de lado o burlada por muchos – pero emergiendo como un jugador por todos los frentes.

La pandemia nos ha recordado nuestra solidaridad inherente como familia humana. También ha expuesto las fuerzas en juego – como malos gobiernos, codiciosos hacedores de dinero, y la brecha obscena entre ricos y pobres – que necesitan correcciones o castigos. Como símbolo de la falta de realidad en la que vivimos, los mercados de valores están obteniendo ganancias cuantiosas mientras que la economía real colapsa. Pero todos percibimos los efectos de esta crisis global, y todos sentimos el calentamiento global. Son como despertadores duros que nos llaman a la unidad humana y a la unicidad entre la humanidad y el mundo natural. Cualquier vislumbre de esta unidad y unicidad es Gracia: un momento de verdadera contemplación, un brevísimo destello de sabiduría, una caricia que sana la herida de nuestra ignorancia. Aunque pueda ser doloroso, deseamos más de eso que experimentamos en esos breves instantes de nueva percepción. Porque muy en lo profundo, mientras sentimos la inutilidad del aislamiento personal, o los nacionalismos colectivos desatando caos y dolor, también deseamos saber qué significa esta unidad. 

Estamos frente a un enigma escondido en un dilema: la esperanza oculta en el desastre. Es necesario que nuestra primera respuesta sea el silencio. Aceptación profunda y una entrega a la liberación del silencio. Silencio auténtico. No el silencio de la negación, la evasión, del negarse a escuchar el otro punto de vista, de la exclusión del derecho de los demás a existir. Ese es el silencio de la muerte del corazón, que deshumaniza y erosiona todos los valores. 

El silencio auténtico no implica escaparnos de las malas noticias o de los fracasos, sino abrazar y sentirnos penetrados por la realidad, ya sea agradable o desagradable, según el momento. John Main enseñó a meditar con tanta intensidad porque creía que no hay nada más importante para las personas modernas que descubrir el significado del silencio. 

El silencio es necesario para que el espíritu humano prospere. No sólo prosperar, sino ser creativo, responder de manera creativa a la vida, a nuestro entorno, a nuestros amigos. El silencio da a nuestro espíritu espacio para respirar, espacio para ser…

El silencio está ahí, dentro de nosotros. Lo que tenemos que hacer es entrar en él, para volvernos silenciosos, volvernos el silencio… El silencio es el lenguaje del espíritu. (John Main).

Lo que hace auténtica cualquier cosa es que nos sacrifiquemos por ella, que pongamos todo nuestro ser en ella. La meditación nos pide todo nuestro entusiasmo y sinceridad. Nos da la oportunidad de ofrecer nuestra vida para que podamos ser levantados hacia una mayor plenitud de vida. El silencio auténtico es el fruto de la oración pura, y decir el mantra es sencillamente el camino a la oración pura. Después de haber enseñado a meditar a un grupo de estudiantes de maestría o profesionales en el mundo secular, algunas veces les digo que los hemos introducido a la oración – es su esencia pura. Se pueden sentir perplejos, pero nunca he visto alguno que se sienta ofendido. 

La esencia de la oración es la pureza de la atención; de ella brota una percepción nueva de la verdad y la libertad. Estos términos antiguos son rejuvenecidos como valores actuales y vivibles. Las relaciones de todo tipo se sienten diferentes a la luz del silencio. El trabajo adquiere un significado distinto más allá de la satisfacción de las recompensas financieras o de reputación. Se convierte en buen trabajo que saca lo mejor de nosotros en un espíritu de servicio (piensen en todos los voluntarios durante la crisis de salud) y que trae beneficios a otros.

La sabiduría de las sociedades tradicionales fluye del estilo de vida que está mejor conectado de lo que estamos en este mundo tecno-industrial a los ritmos y regalos de sanación de la naturaleza. Sin embargo, para evitar el romanticismo y el idealismo, necesitamos una nueva alianza, una clase de amistad innovadora entre estas culturas antiguas  y un nuevo orden de contemplativos diseminados a través de todos los niveles y generaciones de la sociedad. Si hay tiempo suficiente remanente, esto puede ayudar a cambiar el sendero de autodestrucción en el que nos encontramos. Lo indígena y lo contemplativo comparten un entendimiento común del corazón como una fuente unificadora de sabiduría y de todas las formas de amor. Cuando actuamos en armonía con el conocimiento del corazón nuestro trabajo es centrado en Dios y construye la unidad de la humanidad. El reto para nuestro mundo demasiado ruidoso, al que le cuesta trabajo escuchar  cualquier cosa excepto su propio ruido, es que este conocimiento, como el corazón mismo, es silencioso. Siempre es ahora. No es una herramienta. Es lo que es. Habla por sus frutos. 

El indígena y el contemplativo comparten un entendimiento común del corazón como una fuente unificadora de sabiduría y de todas las formas de amor. 

Recientemente fui sorprendido por una bonita fiesta sorpresa (en Bonnevaux y en línea) por el cuarenta aniversario de mi ordenación como sacerdote (el cuarenta y uno de mis votos monásticos). No cuento los años, así que confío que sean verdad. Pero recuerdo los pensamientos que pasaban hace mucho tiempo a través de mi mente dudosa: “¿Adónde me va llevar todo esto? ¿Haré esto durante toda mi vida?” Simone Weil escribió en su cuaderno que no podemos realmente decir “siempre”; pero podemos verdaderamente decir “nunca.” Puedo decir voluntariamente que nunca voy a traicionar este regalo. Pero no puedo decir que siempre voy a ser un buen discípulo del regalo. Por lo tanto, era una pregunta razonable que hacerme aun cuando no tuviera una respuesta. No pretendo dar una respuesta ahora. Pero puedo decir que la enseñanza sencilla a la que me introdujo John Main hace mucho tiempo nunca ha cesado de revelar nuevos niveles de significado y dimensiones de la realidad. Una joya que cumple deseos, un diamante Sutra, una perla de gran valor, un tesoro enterrado. En su presencia quiero darle gracias a él y por su guía continua en este trabajo. Me ha llevado hacia el misterio de Cristo de formas que no podría haber imaginado. No creo que sepa más ahora que al principio, sin embargo, creo con una certeza que me sorprende, que la simple enseñanza sobre meditación es un regalo precioso para el mundo, nunca más necesario que en nuestro tiempo. 

En el corazón de este regalo no he encontrado conocimiento o creencia en un sentido ordinario, sino un significado cada vez más profundo, retrocediendo y acercándose a la quietud. Sentados en esa quietud alcanzamos nuevas fronteras y nuestras vidas inevitablemente reflejarán lo que descubrimos ahí. Nuestras imperfecciones personales nos apenan, pero no son importantes – lo cual es reconfortante si se tienen muchas de ellas. En la quietud no vamos a ninguna parte, empero estamos en el viaje humano. Nos estamos convirtiendo en humanos y nos damos cuenta lo que significa ser humanos. El silencio y la quietud nos enseñan sobre la amistad de Dios con nosotros, Su anhelo por nosotros. Esto es lo que necesitamos. No rendirnos ante el señuelo de volvernos en Ciborgs o recrearnos genéticamente. Sino rendirnos de todo corazón al potencial de nuestra humanidad, con todos nuestros – a la larga amables y redimibles – defectos. 

Gracias por compartir esta visión.

Con mucho amor

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