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Meditamos para estar más cercanos a Dios, para perdernos y encontrarnos en Él, para abandonar nuestros deseos y vivir en su amor. Cuando la meditación hace parte de nuestras vidas nos proporciona beneficios físicos y psicológicos; dormimos mejor, nuestra tensión arterial se regula.

La meditación cristiana es una forma de oración. Es una disciplina, un compromiso, una promesa al Señor – sentarse a meditar de manera regular, dos veces al día, y permanecer regresando a la repetición de la palabra a pesar de las distracciones. Como discípulos, confiamos que la práctica de esta disciplina nos conducirá más cerca del Él.

La mente ha sido comparada con un árbol monumental lleno de monos turbulentos que saltan de rama en rama sin parar el alboroto y la excitación. Sólo tenemos que empezar a meditar para darnos cuenta hasta qué punto esta imagen describe con precisión la agitación permanente que reina en nuestra mente. La oración no consiste en añadir a esta confusión tratando de cubrirla con más verbosidad.

La meditación es el fruto de la sabiduría espiritual universal y una práctica que encontramos en el centro de todas las grandes tradiciones religiosas, un peregrinaje de la mente al corazón. Es un camino de silencio, quietud y simplicidad. Puede ser practicada por cualquiera y en cualquier circunstancia en la que se encuentre en su viaje de vida. Tienes que comprometerte con la práctica, comenzar y continuar comenzando. Cada meditación es un inicio.

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